febrero 15, 2010 | By: Sabrina Knight

Rutina

Su vida era una rutina a la cual ya estaba bastante acostumbrado:

Abría los ojos después de soñar con la persona misteriosa. Después se trataba de volver a dormir para poder soñar con esa persona. Luego de muchos intentos fallidos y el grito desesperado de su tía, se ponía de pie a toda prisa para tomar un baño. Diez minutos más tarde salía con una toalla enredada en su cintura corriendo a vestirse, arreglarse y tratar de parecer decente.

- Te ves muy guapo - siempre le decía su tía, pero Zacarías (Zack para los amigos) jamás le creyó. Y es que tal vez la tía Lucía tenía razón, Zack era un joven bien parecido. Tenía el cabello oscuro y ojos azules, su tés era blanca y sus facciones llamaban la atención de cualquier chica. Sólo que, por extraño que le pareciera a su tía, ninguna chica lo volteaba a ver.

Y de eso Zack también estaba acostumbrado.

Su desayuno contantemente consistía de un vaso de ChocoKrispis y jugo de naranja de caja. Su tía, una mujer de 60 años (aunque de apariencia más acabada), tenía un problema de artritis que la incapacitaba para hacer un desayuno "decente", lo que Zack no veía como maldición, de hecho siempre había preferido comer fuera de casa.

Antes de irse, Zack le dio un beso en la mejilla a su tía, ella le dio la bendición y salió hacia su automóvil: un Falcon Negro 1961 al que se estaba encargando de reconstruir. Metió la llave dos veces y a la tercera arrancó. Se despidió de su tía que lo miraba por la ventana y se marchó directamente a su universidad.

El tiempo en el auto le agradaba bastante porque así podía pensar. Además aun no instalaba el nuevo estéreo y no tenía de otra más que tararear las canciones que se sabía.

Tenía que aceptar que la vida en la capital era muy diferente a la que llevaba en provincia. Sus padres le habían advertido constantemente que en el Distrito Federal había mucha gente, que era inseguro, que estaría muy lejos de ellos y que nadie lo conocería ahí.

Sólo que para Zack eso era lo de menos.

En su natal Zacatecas había mucha gente, lo habían asaltado dos veces, no veía mucho a sus padres y nadie lo conocía. Por ello había puesto sus esperanzas en que el Distrito Federal lo trataría diferente.

Pero como siempre se equivocó.

Miró su reloj y se dio cuenta de que ya llevaba atrasado 10 minutos y el tráfico estaba atascado. Se mordió el labio pensando en qué tan malo podía ser faltar a clase.

- Daniel me pasaría la tarea - se respondió - pero no, ya llevo faltando algunas clases. No, lo mejor será que llegue pronto.

El semáforo se puso verde e inesperadamente la circulación avanzó de forma fluida. En menos de cinco minutos Zack se encontraba entrando en el estacionamiento de la escuela hallando un espacio envidiable que lo dejaba cerca de la salida a los edificios.

Bajó a toda prisa llevando su mochila consigo.

Su primera clase era en el 2do piso, justo donde se había estacionado. En ese momento una extraña sensación le vino a todo el cuerpo. Tenía la sensación de que había olvidado algo en el coche. Abrió su mochila y la exploró mientras caminaba al salón.

No, parecía que nada faltaba.

- Pero que... - sintió un fuerte golpe en la cara que lo hizo para atrás. Lo primero que vio fue una enorme luz (cortesía del impacto) y lo segundo era su mano en el rostro tratando de agarrarse la nariz la cual sentía sangrar.

Quitó sus manos del rostro y vio la sangre. Luego miró al frente para ver qué era lo que le había pegado. Había chocado con una puerta que acababan de abrir y no se había dado cuenta por estar buscando lo que había olvidado en la mochila.

Pero la puerta no se había abierto sola.

Una chica rubia con unos enormes lentes oscuros se había quedado parada viendo cómo sangraba.

Zack no se movió, es más dejó que la sangre siguiera cayendo de su nariz y entonces escuchó unas palabras de ella. Pero no entendió lo que dijo. Parecía molesta y fastidiada, como si hubiera sido él quien chocara con ella y no al revés.

Cuando reaccionó ella se había ido caminando sin voltear a verlo y él estaba ahí, parado como un idiota. Volvió a poner su mano en la nariz y sintió cómo dejó de fluir la sangre, la separó y notó que seguía roja. Miró sus ropas y estaban igual de manchadas.

- Demonios - fue al baño a lavarse el rostro y sus manos. No podía hacer nada por su ropa. Y en ese momento, tampoco tenía ganas.

Volteó a ver el reloj de pared, llevaba 25 minutos atrasado. Tomó una toalla de papel y se fue secando en el camino. Cuando al fin llegó al salón abrió la puerta con mucha lentitud. El maestro acababa de voltear y, sin pedir permiso, se coló a la clase.

Se sentó a lado de un chico castaño claro, blanco, ojos verdes y expresión malhumorada. Zack le sonrió e ignoró su gesto que cambió en el momento en que vio la sangre.

- ¿Qué te paso?
- Choqué contra una puerta.
- ¿Una puerta? ¿Qué tipo de puerta? ¿Una invisible?

Zack negó con la cabeza y le explicó entre susurros lo que había pasado.

- ¿Una chica rubia que dijo algo extraño? - puso los ojos en blanco - esa es la peor excusa que he escuchado de ti.

- No es excusa Daniel... - lo pensó - al menos no ésta vez.

Daniel frunció el ceño y Zack se encogió de hombros, su amigo lo siguió mal mirando y luego sonrió con complicidad.

- ¿Y al menos era bonita? - Zack asintió y Daniel sonrió - por lo menos valió la pena la sangre.

Zack no dijo nada, el profesor los acababa de interrumpir y ambos tuvieron que prestar atención al frente.

Aunque Zack en ese momento tenía la mente en otro lado.

¿Quién era esa chica y qué habrá dicho?

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