febrero 26, 2010 | By: Sabrina Knight

Romina

Se tenía que regresar, no tenía de otra.

Ya casi llegaba a la escuela pero no podía abandonar a Romina, a cualquier otra chica si (claro, si alguien más le hablara) pero a ella jamás, y menos cuando le habla por teléfono con voz de damisela en apuros.

Ahí es donde tenía que ganarse los puntos más importantes para que ella lo viera más que como un simple amigo.

Era la mujer más hermosa que había conocido en, vamos, su vida. Tenía unos ojos enigmáticos, una figura provocadora y unos gestos que provocaban todos sus sentidos al mismo tiempo.

Aun recordaba cuando fue que la conoció.


Iba a ver sus resultados del examen de admisión. Estaba muy nervioso, tanto que regresó a su mal hábito de comerse las uñas. Su tio le había dicho que no había ningún problema si no se quedaba, después de todo había más universidades en México. Pero él rogaba que no fuera así.


Esa universidad le estaba dando la excusa perfecta para escapar de su pueblo chico del cual se sentía sofocado, quería llegar a la enorme ciudad donde podría conocer a alguien que no lo catalogara como un completo perdedor.

Pasó el examen, se quedó en la capital, y la únicas personas que piensan que no es un completo perdedor han sido dos: Daniel y Romina.

Ellos dos estaban sentados a su lado cuando fue a recibir su notificación. Estaba tan nervioso que quería hacerles la plática de cualquier cosa, y miles de temas le pasaron por la cabeza, pero no dijo ninguno.

- ¿Entras a Arquitectura? - preguntó la 2 años más joven Romina, a lo que él sólo asintió - Mi hermano también. - Daniel volteó y esbozó apenas una sonrisa, se notaba tan nervioso como Zack - estamos esperando sus resultados. ¿Cómo te llamas?

Pero no pudo abrir la boca porque en ese momento llamaron a Daniel. El chico ojiazul se levantó seguro, respiró profundamente y caminó hasta la oficina donde le darían los resultados.

En el momento en que cerraron la puerta Romina giró a Zack y le volvió a sonreír.

- ¿Te he visto en alguna otra parte? - Zack lo negó. Estaba seguro de jamás haber conocido a una chica tan hermosa antes - ¿Seguro? Es que te me haces muy familiar. - Zack volvió a negar. - ¿Eres mudo? - Zack instintivamente movió la cabeza para negar el hecho.

- No, es decir, no soy mudo. No hablo mucho, pero no soy mudo - Romina apretó los labios aguantando una sonrisa, Zack se sintió tonto - quiero decir: Hola, me llamo Zacarías - extendió la mano - mucho gusto.

- Mucho gusto Zacarías, me llamo Romina - ella estrechó su mano y se puso completamente seria. Frunció el entrecejo y miró sus manos juntas. Había sentido algo.

Y él también.

Sólo que la interpretación de ambos había sido muy diferente. Uno dijo sentir amor, la otra sintió intriga.

- ¡Romina! - Daniel acababa de salir de la oficina con una enorme sonrisa. Romina soltó a Zack y miró a su hermano que corrió a abrazarla de la felicidad. Había sido aceptado.

Enseguida llamaron a Zack y, después de que los hermanos le desearon suerte, entró. Cuando le dijeron que había sido aceptado se sintió completamente feliz, pero ya no sólo era por salir de su pequeño pueblo, ni por querer que alguien más le tuviera consideración, sino porque ahora estaba seguro que volvería a verla.

Cuando llegó a casa de Romina (en tiempo record) no tuvo la necesidad de tocar el claxon o salirse del coche. Una figura curvilínea, de cabello negro azabache e intrigantes ojos azules lo esperaba debajo de una sombrilla lila.

Era Romina.

Para él siempre sería Romina.

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