julio 25, 2012 | By: Sabrina Knight

Locura

Efectivamente Zack recibió el mensaje en la madrugada. Una parte de él ya lo esperaba, su conexión con Romina había aumentado en los últimos meses. A partir del momento en que Daniel y Nicole se habían hecho novios, hace tres meses. Tres atormentadores meses.

No sabía qué pasaba o porqué estaban sucediendo las cosas de esa forma. Desde hacía tres meses no podía conciliar el sueño, no podía disfrutar de una siesta, ni siquiera había dormido en clases. Tenía unas ojeras que lo hacían verse más pálido, demacrado. Claro, la única que lo notó fue Romina, Zack seguía siendo invisible para todos los demás, hasta ahora para Daniel.

Parecía un hechizo, o quizás era que estaba muy enamorado de Nicole, pero Zack desapareció para Daniel tal y como desaparecía de los demás. ¿Y qué decir de Nicole? Parecía que ella cada vez que lo veía se acercaba más a Daniel, como si quisiera encelarlo. Y lo lograba.

Era todo muy confuso, los sueños le habían regresado, pero cada vez entendía menos. ¿Quienes eran todas esas personas que veía? ¿Quienes eran esas mujeres que siempre estaban a su lado? ¿Por qué su corazón se sentía confundido y con dolor cada vez que despertaba?

- Creo que es hora de ir al psiquiátrico. - asintió dándose la razón. Ya no encontraba otra explicación: estaba loco.

Dio vuelta en su cama mirando la pared. Cerró los ojos tratando de dormir y... se levantó de golpe. Esa mirada, de nuevo sentía esa mirada sobre él. Se paró de la cama y abrió la ventana. Nada. El cuarto de Nicole estaba oscuro. No había nadie. Nunca había nadie.

Desde su balcón levantó los brazos y las ráfagas de aire comenzaron a azotar los arboles y los cables de luz. ¡Estaba furioso! Lo único que pedía era entender su angustia, todo eso que sentía, que vivía.

Respiró controlándose y al mismo tiempo el viento lo hizo. Entró a su cuarto y se sentó en su cama con la mirada en el piso. Otra cosa en él había cambiado también sin explicación.

Miró sus manos, podía sentir energía corriendo en todo su cuerpo. Ya no era sólo hacer la tarea  sin esfuerzo, ya podía pedir, podía mover, podía cambiar. Era como si tuviera magia en su interior.

¡Era una estupidez! ¡Claro que lo era! ¿Cómo podía estar creyendo él que existía la magia? Era como si existieran también los vampiros, los hombres lobos y las brujas. Y la única bruja hasta ese momento era Nicole por quitarle a su amigo.

Se rió de su misma referencia y después de convencerse de lo loco que estaba se volvió a acostar. Cerró los ojos y los volvió a abrir. Se le ocurrió una loca idea. ¡Pues si ya estaba loco, podía hacer cosas de loco! Levantó la mano hacia su ventana, ese lugar de donde siempre sentía la mirada que no lo dejaba dormir. Pidió una protección, que nada extraño o paranormal se pudiera quedar ahí esa noche. De sus labios salieron una palabras que no tenía idea qué significaban. Apenas las terminó de pronunciar se sintió aliviado, suspiró y se recostó bastante tranquilo.

Se estiró y se dispuso de disfrutar de ese sueño que tanto le hacía falta. A los dos minutos ya estaba durmiendo como hace meses no lo hacía. Olvidándose de sus sueños, de sus angustias, preocupaciones y su locura.

Desgraciadamente, aquella persona que sólo lo podía ver dormir ya no pudo hacerlo. La repelía esa poderosa energía que cubría su ventana. Así que resignada Nicole regresó a su cuarto a contemplar aquella noche estrellada que pronto terminaría.

Amenaza.

Romina abrió los ojos exaltada, se levantó casi sin aire. Por primera vez tuvo ese sueño, esa larga explicación que encajaba perfectamente con el sueño en que moría. Era extraño, este sueño le revelaba que había olvidado todo lo que ella podía recordar. Y ahora ella podía recordar más de quien había sido en esa vida pasada.

Miró su cuadro y suspiró. Ese había sido el último amanecer que había mirado como un ser humano, ¿pero y todo lo demás que recordaba en ese último sueño? Veía día, veía noche, veía rostros, tenía sentimientos. Todo eso que tenía en una vida pasada había sido muy diferente a lo que ella misma imaginaba.

¿Por qué ahora? ¿Por qué su mente se abrió justo la noche? ¿Tenía algo más especial que todas las otras noches?

Se recostó y cerró los ojos tratando de ver un poco más de ese ser que fue. Oscuridad. Probablemente en otra situación disfrutaría de esa oscuridad, de esos recuerdos, pero una fuerte preocupación le estaba invadiendo el pecho.

Tomó su celular y empezó a escribir el mensaje:

"Hola ¿Cómo estás? Espero no despertarte, pero quiero decirte que me gustaría que estuvieras aquí"


Miró el mensaje y se rió de ella misma. ¡Qué estupidez había escrito! Parecía un mensaje de una persona desesperada y ella, por supuesto no lo era. Aunque...

En todos esos meses que habían pasado él era en la única persona que confiaba. Él siempre estaba con ella, le hablaba, la apoyaba. ¿Por qué Zack se había vuelto tan indispensable?

Era obvio. Desde que Daniel se había hecho novio de Nicole las cosas habían cambiado. Para la gente Romina seguía siendo la misma, segura, bella, la estelar de la obra, la chica popular, pero para ella misma entró un nerviosismo y una opresión en el pecho que no podía controlar. Sentía la amenaza, sabía que de alguna forma esa mujer era más de lo que decía, más de lo que hacía.

Zack había perdido a su mejor amigo. Esa mujer no soltaba a Daniel ni a sol ni a sombra, o al revés, nadie lo sabía a ciencia cierta. Al principio recurría a la soledad, pero al notar cambios en Romina se acercó a ella. Zack sentía la necesidad de estar cerca de ella. Más allá de siempre haber estado enamorado de ella, sentía un deja vú y la obligación de hacerlo.

Ninguno decía nada, pero ambos se sentían amenazados. Aunque ambos de diferente forma; por un lado Romina sentía que perdía poder. Zack sentía que perdía a Nicole.

Romina dejó de contemplar el mensaje y finalmente lo envió. Cerró los ojos y se enrolló en sus cobijas.

Inmediatamente sonó el celular y Romina abrió el mensaje de Zack:

"Siempre estoy a lado tuyo."


Romina sonrió para si misma. Ese mensaje la reconfortó, la hizo sentirse bien. Suspiró fuertemente y cerró los ojos tratando de sentir el abrazo lejano de Zack.

Cayó en un profundo sueño del cual no recordaría nada.

Capítulo 7. Mónica

Había olvidado cuántos años tenía, había olvidado su infancia, dónde había nacido y crecido, no recordaba quienes eran sus padres. Sin embargo, jamás podría olvidar un rostro, su rostro. Era demasiado perfecto, demasiado hermoso.


Mónica; única, perfecta. La misma a través de los siglos. Poseía la misma sed de un hombres en un desierto. Pero su sed era diferente, la forma de calmarla también lo era. Al principio ella se llegó a considerar un monstruo, un ser despreciable, alguien que no merecía vivir, al menos no así. Curiosamente, al momento en que sus labios tocaban la carne y su garganta disfrutaba de aquella cálida bebida, ella olvidaba todo, dejaba de ser bestia, dejaba de ser un monstruo. Al final olvidó sus propios prejuicios y empezó a disfrutar lo que para ella era necesario para vivir.


Tampoco recordaba porqué vivía así, como ese ser que no dormía, ese ser que se alejaba de los animales que intuían su situación.


Mónica sabía lo diferente que era, eso la alegraba. No necesitaba nada más que ella por toda la eternidad. No necesitaba más que amarse a ella misma, congraciarse a ella misma, incluso sabía que todo lo merecía, se lo había ganado con todos esos años de vida que tenía.


Le gustaba jugar con las personas, era de hecho su juego favorito. Las personas daban todo por ella y ella recibía todo, los favores, el dinero, las pieles, las telas, las joyas, las propiedades, incluso su sangre.


La última persona que había decidido sería suyo era un hombre rico, sabio, con la galanura adecuada para ella. Lo había mirado en día en la feria del pueblo y ahí mismo decidió quedarse con él. Lo investigó muy tibiamente y supo que su único problema era la escuálida mujer con quien estaba casado, así que sin ningún miramiento, esa misma noche la descuartizó e hizo que su cuerpo pareciera piezas de carne esparcidas por el campo. Le dio al hombre un día de viudez y empezó su propio plan.


No era difícil conquistar a un hombre, de hecho sólo se postró frente a él y lo hizo suyo. No había nadie que se resistiera a ella ni a ninguno de sus encantos. Se casaron de inmediato y todo, como siempre, funcionaba a sus deseos. El hombre la adoraba, le daba todo y dio la espalda a todo aquello que a ella le estorbara. Eso incluyó a sus tres hijos.


El hijo mayor fue también una diversión para Mónica. Lo conquistó al mismo tiempo que su padre. Era joven, vigoroso, guapo, valiente como pocos, un sujeto que daría la vida por el ser amado. Mónica sabía que podía serle útil en el momento que se cansara de su padre.


El siguiente hijo era más precavido y ensimismado. Demasiado calculador y poco impresionable. Mónica decidió dejarlo vivo hasta que un día él le declaró la guerra, levantando sospechas y tratando de poner a su padre en su contra. Ese hijo murió en manos de su hermano que no soportó la idea del injurio hacia su madrastra.


La última era una pequeña niña. Inocente, delicada, hermosa. Justo a quien ella podría dejar un legado. La niña era amable con ella, la respetaba, la veía como esa figura materna que le fue arrebatada. Mónica vio en ella el futuro de su estirpe. La dejó vivir varios años, la dejó crecer, ser feliz, para que cuando le preguntaran lo mismo que ella quería saber de su pasado Mónica lo supiera.


Los planes y la vida de Mónica llegó a un momento de estabilidad y felicidad que ella misma no podía creer. No necesitaba más, por primera vez se sentía plena y satisfecha con la vida que había planeado para ella.


Pero apareció él.


Era un joven que ocultaba más de lo que decía. Pálido, flacucho, débil, sin ninguna gracia física que lo destacara de los demás. Eso no le importaba a ella, tenía demasiada vida, demasiada experiencia para saber que lo que ella veía de la gente era más que un caparazón.


Ese hombre era más de lo que los demás veían. Ese hombre era tan extraño que no cayó en sus encantos, no la miró con deseo, al menos no con el deseo que miran los hombres comunes. Él era tan extraordinario que Mónica no podía contra sus instintos, contra sentimientos que no conocía.


Pero aquel hombre sería su obsesión, su perdición y aquel que terminaría con el resto de sus días... al menos de esa vida.