marzo 13, 2010 | By: Sabrina Knight

Suerte

- ¡Odio tu maldita suerte!

- ¿Perdón? - Romina interrumpió su sesión de auto-admiración en el gran espejo del baño de la escuela y giró su cuerpo para mirar a Estefanía quien no podía ocultar el enojo en su rostro.

- Sí, la odio. No sé cómo es que siempre te sales con la tuya.

Cruzó los brazos y apartó la mirada de su amiga. Tenía el ceño fruncido y eso la hacía verse aun más molesta de lo que de verdad estaba.

Romina no pudo ocultar su risa y soltó una fuerte carcajada que pocas veces se veía en ella.

- ¿Lo dices enserio? - preguntó sin darle importancia, abrió su bolsa de cosméticos y empezó a buscar un brillo labial - vamos Estefanía, no seas tonta. No es para que me odies. Sólo tengo suerte.

Sacó su brillo y volvió la vista al espejo sin siquiera notar en el reflejo cómo es que su amiga empezaba a ponerse roja del coraje.

- La gente normal tiene suerte, pero tú... tú - retuvo la respiración. Estaba trabada del coraje. - Un día se te va a acabar la suerte, y entonces...

- ¿Entonces qué? - la interrumpió tajantemente mostrándose ligeramente molesta. - ¿Qué es lo que te sucede hoy? ¿Qué tienes? - arqueó una ceja poniendo un gesto de aburrimiento - ni que fuera la primera vez que me dan un papel por adelantado. - Tapó su brillo y lo echó en su bolsa sin mirar dónde. - ¿Qué es lo que querías? ¿Que te den el papel principal? Por favor Fanny - se encogió de hombros y mostró aires de falsa modestia - aun te falta mucho para ser como yo. - le guiñó un ojo, tomó su bolsa y salió del lugar.

Romina tenía todo lo que podía querer alguien más. Era bella, era talentosa, inteligente. Sabía manejar a los hombres a su antojo y además tenía ese cierto poder sobre las mujeres que le hacían mantener el respeto que quería.

Quizás Estefanía tenía razón. Romina tenía suerte.

Había sido justo en la mañana, después de abandonar a Zack que encontró al profesor de teatro y le dio la magnífica noticia: sería la protagonista de la nueva obra. Le dio el guión para que ella lo leyera y lo empezara a estudiar.

- Tienes que darle una lección a los demás de lo que es una verdadera actriz de teatro.

- Profesor, yo no podría hacer eso. - dijo con un gesto verdaderamente inocente - el único que podría es usted, nosotros sólo podemos hacer nuestro mejor esfuerzo.

El profesor sonrió satisfecho, y Romina hizo lo mismo.

No le importaba mucho lo que pensara Estefanía, ella sólo era una persona que le hacía buena compañía, pero no era necesaria. Podía bien ese día tener la compañía de su amiga, o si no, conseguirse una nueva, no le importaba.

Cuando entró al teatro (luego de la plática que vimos con Estefanía), el profesor brincó de emoción. Empezó a halagar a Romina, y ella, como buena actriz que era, se sonrojó apenada.

Iniciaron las audiciones lleno de errores, pero con una curiosa seguridad. Era un secreto a voces que Romina tenía un estelar en la obra, por lo que todos los demás pelearían por los papeles más significativos.

Romina se había colocado a un lado del telón, se recargó en una pared y de ahí disfrutó del fracaso o de "las buenas intensiones" de los demás. Sabía que todo eso era una mera formalidad y que en ese momento ella misma no mostraría su talento ante los demás.

- Este es el mejor asiento para disfrutar el show - le dijeron por la espalda y Romina brincó del susto.

- ¡Zack! Me asustaste.

- No era mi intensión - sonrió apenado - pero es de mis únicos gustos. Siempre puedo hacer que brinques del susto.

- ¡Chistoso! - dijo sonriente dándole un ligero golpecito en el brazo.

Pero Zack tenía razón. Era el único que siempre podía sacarle ese tipo de sustos. El único desde que tenía uso de razón.

- El sitio para ver a los participantes es en las butacas - la chica señaló los asientos, pero él movió la cabeza.

- No para los que forman parte de la compañía. - Romina la miró asombrada - felicita al nuevamente telonero de teatro.

- ¿En serio? - preguntó sonriente y le dio un abrazo fuerte - ¡Qué gusto! Ya quería tenerte conmigo otra vez. - hizo un puchero y puso ojos inocentes, actos que Zack no podía resistir de ella. Eso le provocó que hasta olvidara cómo hablar, así que sólo sonrió y se dejó llevar por un largo suspiro.

- ¡Oye tú! - le dieron un fuerte empujón a Zack por la espalda, y este apenas se pudo sostener para no caer - deja de distraerte y ven a ayudarme.

Un chico muy grande y musculoso (él lo había visto en americano) lo jaló y se lo llevó lejos de Romina. Ella no pudo evitarlo, ni tampoco quiso hacerlo. Estaba contenta con saber que estaba ahí nada más, así que volvió su mirada al escenario donde una rubia acababa de subir. Ella quería interpretar una canción de un musical de Broadway, una pieza difícil especial para sopranos de ópera. Cruzó los brazos y espero su interpretación.

Pero algo pasó.

Escuchaba su voz, y la escuchaba de lejos. No eran las palabras que cantaba las que escuchaba. Eran otras. Unas que no podía comprender mucho y que provocaban que en su pecho se prendieran llamas que la quemaban por dentro.

Jamás había conocido un dolor así. Se tomó el pecho sosteniéndose más que antes de la pared, sino lo hacía caería sin remedio victima de ese dolor incomprensible.

Tuvo que cerrar los ojos y cerrar su mente a la voz de esa chica. No era la letra, no era la interpretación. Ni siquiera que sintiera la presencia de personas reuniéndose a gran velocidad en el teatro. Era algo diferente, algo que no conocía.

Cuando terminó de tocarse el piano que la acompañaba y su voz se apagó fue como si le hubiera permitido al fin devolverle el aire a su cuerpo y extinguir el fuego de su cuerpo. No apartó la mano de su pecho ni su cuerpo de la pared. Había ese "algo" que no la dejaba en paz.

- Eso que sientes son celos - Romina abrió los ojos como plato al escuchar la voz detrás de ella. Volteó y encontró a Estefanía que tenía un rostro muy diferente al que había dejado en el baño de mujeres - no te preocupes, son normales - sonrió con suficiencia. Estefanía había esperado tanto ese momento que estaba segura de no desaprovecharlo - creo que a ella no le falta mucho para ser como tú.

Romina sentía aun el pecho en llamas y Estefanía no ayudaba. Estaba muda, trabada del coraje. Aun no podía soltar las manos de su cuerpo, ni siquiera para callar de una cachetada a su amiga.

Y esto ponía más contenta a Estefanía que jamás abandonó su, al fin alcanzada, suficiencia que había esperado jamás.

- Ya ves lo que dicen... - se encogió de hombros - la suerte siempre cambia. - Estefanía le guiñó un ojo a su amiga, dio media vuelta y la dejó sola.

Romina trató de respirar tranquila. Estefanía no tenía razón; No eran celos, y su suerte jamás iba a cambiar, no si ella misma no lo deseara.

Y como un milagro, Romina se despegó de la pared y apartó las manos de su pecho. Dio la espalda al escenario abandonando el estallido de aplausos que había provocado esa rubia tras su interpretación. Y con un paso seguro y coqueto salió del teatro a esperar a Zack en su automóvil.

Tenía mucho que meditar. Ahora más que nunca.

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