julio 25, 2012 | By: Sabrina Knight

Capítulo 7. Mónica

Había olvidado cuántos años tenía, había olvidado su infancia, dónde había nacido y crecido, no recordaba quienes eran sus padres. Sin embargo, jamás podría olvidar un rostro, su rostro. Era demasiado perfecto, demasiado hermoso.


Mónica; única, perfecta. La misma a través de los siglos. Poseía la misma sed de un hombres en un desierto. Pero su sed era diferente, la forma de calmarla también lo era. Al principio ella se llegó a considerar un monstruo, un ser despreciable, alguien que no merecía vivir, al menos no así. Curiosamente, al momento en que sus labios tocaban la carne y su garganta disfrutaba de aquella cálida bebida, ella olvidaba todo, dejaba de ser bestia, dejaba de ser un monstruo. Al final olvidó sus propios prejuicios y empezó a disfrutar lo que para ella era necesario para vivir.


Tampoco recordaba porqué vivía así, como ese ser que no dormía, ese ser que se alejaba de los animales que intuían su situación.


Mónica sabía lo diferente que era, eso la alegraba. No necesitaba nada más que ella por toda la eternidad. No necesitaba más que amarse a ella misma, congraciarse a ella misma, incluso sabía que todo lo merecía, se lo había ganado con todos esos años de vida que tenía.


Le gustaba jugar con las personas, era de hecho su juego favorito. Las personas daban todo por ella y ella recibía todo, los favores, el dinero, las pieles, las telas, las joyas, las propiedades, incluso su sangre.


La última persona que había decidido sería suyo era un hombre rico, sabio, con la galanura adecuada para ella. Lo había mirado en día en la feria del pueblo y ahí mismo decidió quedarse con él. Lo investigó muy tibiamente y supo que su único problema era la escuálida mujer con quien estaba casado, así que sin ningún miramiento, esa misma noche la descuartizó e hizo que su cuerpo pareciera piezas de carne esparcidas por el campo. Le dio al hombre un día de viudez y empezó su propio plan.


No era difícil conquistar a un hombre, de hecho sólo se postró frente a él y lo hizo suyo. No había nadie que se resistiera a ella ni a ninguno de sus encantos. Se casaron de inmediato y todo, como siempre, funcionaba a sus deseos. El hombre la adoraba, le daba todo y dio la espalda a todo aquello que a ella le estorbara. Eso incluyó a sus tres hijos.


El hijo mayor fue también una diversión para Mónica. Lo conquistó al mismo tiempo que su padre. Era joven, vigoroso, guapo, valiente como pocos, un sujeto que daría la vida por el ser amado. Mónica sabía que podía serle útil en el momento que se cansara de su padre.


El siguiente hijo era más precavido y ensimismado. Demasiado calculador y poco impresionable. Mónica decidió dejarlo vivo hasta que un día él le declaró la guerra, levantando sospechas y tratando de poner a su padre en su contra. Ese hijo murió en manos de su hermano que no soportó la idea del injurio hacia su madrastra.


La última era una pequeña niña. Inocente, delicada, hermosa. Justo a quien ella podría dejar un legado. La niña era amable con ella, la respetaba, la veía como esa figura materna que le fue arrebatada. Mónica vio en ella el futuro de su estirpe. La dejó vivir varios años, la dejó crecer, ser feliz, para que cuando le preguntaran lo mismo que ella quería saber de su pasado Mónica lo supiera.


Los planes y la vida de Mónica llegó a un momento de estabilidad y felicidad que ella misma no podía creer. No necesitaba más, por primera vez se sentía plena y satisfecha con la vida que había planeado para ella.


Pero apareció él.


Era un joven que ocultaba más de lo que decía. Pálido, flacucho, débil, sin ninguna gracia física que lo destacara de los demás. Eso no le importaba a ella, tenía demasiada vida, demasiada experiencia para saber que lo que ella veía de la gente era más que un caparazón.


Ese hombre era más de lo que los demás veían. Ese hombre era tan extraño que no cayó en sus encantos, no la miró con deseo, al menos no con el deseo que miran los hombres comunes. Él era tan extraordinario que Mónica no podía contra sus instintos, contra sentimientos que no conocía.


Pero aquel hombre sería su obsesión, su perdición y aquel que terminaría con el resto de sus días... al menos de esa vida.

0 comentarios:

Publicar un comentario